A las 16,45 tomamos la N-V en Navalcarnero saliendo de Madrid sin dificultades. La monotonía de la autovía era interrumpida por el espectáculo siempre impresionante de una primavera en su máximo apogeo: los campos verdes, inmensos, con distintos tonos de verde, alfombrados de florecillas en donde predominaban los colores morados, o amarillos, alternándose y salpicados por encinas algunas de ellas cuajadas de garcillas blancas posadas y grupos volando en los alrededores. Los nidos de cigüeñas situados en algún lugar elevado y que aparecían dispersos por las dehesas distraían nuestra atención.

A esto de las 20,15, a tan solo 15 km de la frontera, decidimos buscar un sitio para dormir, nos salimos de la autovía y entramos en un pequeño pueblo: Villafranco de Guadiana. Sus casas bajas, todas iguales y su trazado completamente lineal nos hizo pensar que se trataba de un pueblo de “colonos”. David lo había estudiado y sabía que cuando son tan “rectilíneos” obedece a una cuidadosa planificación anterior, a que no ha ido creciendo con el tiempo, sino que ha sido construido siguiendo un diseño pre-determinado. Dimos un paseo, cenamos y nos acostamos. Mientras todos dormían yo pude hacer un cuidadoso censo de las motos del pueblo y de los coches que disponían de elevados Watios de sonido con el “chunta-chunta” característico. Tuve mis reflexiones al respecto y al final conseguí dormirme.




A las 8,15 todos estábamos en pie y a las 9 iniciamos nuestra marcha hacia Lisboa. Nuestra primera parada prevista fue en Evora. Junto a su catedral las ruinas de un templo romano muy bien conservadas. Como nos habían dicho que el gas-oil está más barato, paramos a echar. Primera sorpresa: justo en ese momento nos lo suben unas 6 pts. de golpe (al parecer había subido por la noche, y lo hicieron efectivo en ese momento.) ¡que suerte la nuestra!. Pero viene la segunda: nos cobran 50 céntimos de euro por pagar con la visa. Además, como nuestro vehículo tiene más de 1,10 m de alto pagamos también más en las autopistas(independientemente de si cogíamos el ticket arriba –para vehículos altos- o abajo –para turismos- que también lo probamos para ahorrarnos unas perrillas).Creo que hice varios “juramentos” que sólo me sirvieron para descargar un poco de adrenalina y continuamos hasta una gran cola de automóviles para, de nuevo, pagar nuestro paso por el puente 25 de abril (me resultaba familiar tanto “parar y pagar” ¿a cuando uno va por las autopistas catalanas?).La verdad es que entrar por vez primera a Lisboa por este puente es impresionante: la ciudad se extiende a nuestros pies. A la izquierda, Belem y el Océano Atlántico, a la derecha, el resto de Lisboa y el estuario del rio Tajo.

Intuitivamente, fuimos en dirección “Montsanto” y encontrando la primera señal de “parque de campismo”, todas las demás están seguidas. Curiosamente está cerca de Decathlon que tenía expuestas unas 15 tiendas de campaña en su exterior y para allá que me lancé creyendo que había dado con el camping. Afortunadamente rectifiqué a tiempo y dimos sin mayores problemas con el camping situado en medio de un bosque creado en 1934 por Salazar. A su entrada había bastantes autocaravanas instaladas en parcelas con agua, luz y un banco de madera cada una. Pero la parcela nos resultaba más cara que en otro lugar así es que siguiendo las recomendaciones del vigilante, fuimos hacia arriba. Encontramos un sitio idílico por encima de la piscina y completamente llano: a 20 m del edificio de lavabos, a 150 de la tienda más próxima (sólo había dos) y rodeado de arboles y flores. No nos metimos más porque nos “imponía” tanta soledad. Era como estar acampados libres. Multitud de flores tapizaban el suelo y estábamos rodeados de árboles de todo tipo. Pude comprobar que había ardillas por como estaban “peladas” las piñas del suelo y el último día conseguí ver dos (a las jodías sólo se las ve cuando al “pelar” las piñas dejan caer los trocitos al suelo). Los baños practicamente para nosotros sólos y en el lavabo de señoras un tarro con un gran ramo de flores silvestres: todo un detallazo. Y 2.800 pts al día con luz incluida. Sin embargo las sorpresas de este camping no se acabaron aquí: una noche antes de cenar nos llamaron los niños. Había como una docena de débiles lucecitas intermitentes que “flotaban” en el aire. ¡Luciérnagas! Y había muchas!. Cuando nos cansamos de disfrutar de ellas y estábamos cenando, una se posó en el cristal y no regaló con su brillante lucecita verde. Absolutamente delicioso.


Después de instalarnos y comer nos acercamos a la parada del autobús, a unos 100 m, del camping para tomar el que nos llevaría a la zona del Rossio, el número 14. Pero era día “feriado” por lo que en teoría podían tardar unos 20 minutos. Pues siguiendo con nuestra racha, estuvimos esperando como 40 o 50 minutos en los que pasaron dos 50 (al Parque de las Naciones) y el 43 (a Belem). Pero por fin llegamos a la impresionante plaza del comercio, desde donde pensábamos iniciar una pequeña ruta hacia el barrio de Alfama, Castillo de San Jorge, Rossio, la Baixa y el Chiado.

Lo primero que nos llamó la atención de esta plazason sus dimensiones y su luz. Al parecer era la explanada del palacio Real ubicado aquí en el siglo XVI desaparecido en el terremoto que debasto Lisboa en 1755. Rodeada de edificios clásicos del siglo XVIII con arcadas inferiores y rematada con un arco de triunfo del XIX resulta elegante y noble. En el centro se alza la estatua ecuestre en bronce del rey Jose I. Aquí fueron asesinados a principios del XIX (1908) el rey Carlos I y su hijo, el heredero Luis Felipe.


Continuamos “deambulando” fascinados por los viejos tranvías, pequeños y coquetos que tansitaban por las calles próximas a esta plaza y nos encontramos con la casa Dos Bicos,cuya fachada blanca está llena de pirámides de piedra a semejanza a la casa de las piedras de Segovia, realizada en el siglo XVI cuyos pisos superiores también se vinieron abajo en el terremoto. Viejas fachadas alicatadas de azulejos de colores y con ropa diversa tendida al sol miraban a estrechas calles. Al pie, bares, tascas y tabernas llenas de vida anunciaban en sus pizarras platos variopintos. Poca vida les auguramos a los caracoles en esta zona de la ciudad.. Angel serio decía que no le apetecía que un viejo azulejo le cayera encima de la cabeza. Pero a mí la ciudad me fascinaba y empezó a “saberme”.
Buscamos el tranvía número 28 para adentrarnos en el barrio de Alfama, el más viejo de esta ciudad, superviviente del terremoto. Parecía de juguete, amarillo y chiquitín y con una nube de turistas que intentaban pacientemente trepar a su interior. Pensé: “aquí no cabemos todos” perome equivoqué. Era como ese anuncio italiano de un coche que dice que es pequeño por fuera y grande por dentro...pues igual: iba parando en todas las paradas y entraban más y más. El caso del “tranvía-chicle”. Cargado hasta arriba, ascendía por pendientes pronunciadas y callejuelas estrechas con casas cuyas fachadas estaban cuajadas de azulejos (y huecos dejados por éstos al caer) con escaso espacio a ambos lados. En su ascensión nos transportaba hacia su pasado de ocupación árabe (Al-hama significa fuente),de pescadores y de gremios artesanos.

Descendimos al final en una vieja plaza y volvimos a tomarlo de bajada. Ahora estaba casi vacío. No había apenas turistas junto con algunos pocos “indígenas” y pudimos verlo por dentro: todo de madera con unas grandes ventanas exteriores tipo “guillotina” que me apresuré a abrir para oler y recibir la brisa. Sin prisa y prácticamente vacío comenzó el descenso. Se para, se oyen comentarios que más o menos podemos interpretar como entre semienfadados y resignados. Un grito exterior llamando a alguien. Me asomo: un turismo estacionado interrumpiendo el paso del tranvía en una estrecha calle. Sale su propietario que lo traslada al sentido contrario (lógicamente, interrumpiendo el otro lado) y nosotros continuamos. Unas amplias sonrisas se abren en los pocos turistas que ocupamos el tranvía.

Nos bajamos a la mitad del trayecto para acercarnos al castillo de San Jorge. Una terraza se abre frente a esta parada desde donde se puede contemplar una hermosa vista de este barrio de Lisboa: a la izquierda la blanca Iglesia de Sta. Engracia, convertida en Panteón nacional de escritores y presidentes, en frente, el puerto y hacia abajo, un mosaico de tejados y callejuelas. Nos dirigimos al
castillo por empinadas callejucas que te dejan sin aliento (jo...en los planos no vienen dibujadas las curvas de nivel de esta ciudad) y entramos. Construido por los visigodos en el siglo V, agrandado por los moros en el IX y modificado posteriormente, fue residencia real desde el siglo XIV al XVI. Situado a 100 m sobre el nivel del mar cada una de sus 10 torres ofrece unas espectaculares vistas de la ciudad que parece dormir a sus pies. El mirador panorámico o cámara oscura que ofrece una vista de Lisboa a través de un gran periscopio, estaba cerrado al ser día “feriado”.

Bajamos hacia la, de estructura fortificada, típica del trazado románico de otras catedrales portuguesas. Iniciada en 1150, su fachada es románica, aunque muestra una fusión de estilos al ser reconstruida varias veces. En su pila bautismal (a la entrada a la izquierda) fue bautizado San Antonio de Padua en 1195, nacido en esta capital.

Intentamos callejear por este viejo barrio en dirección a la Rua Augusta, calle peatonal de La Baixa, pero aparecían tortuosas callejualas empinadas, por lo que decidimos ir directamente. La Rua Augusta, rectilínea, ancha y luminosa, en contraste con las callejuelas de Alfama, se extiende desde la plaza del comercio hasta el Rossio, Chiado y Alfama. Eje de La Baixa, barrio destruido en el terremoto y reconstruido por el marqués de Pombal a semejanza de las calles londinenses de la época. Está salpicada de comercios, restaurantes y terrazas que junto con la gente la llenan de vida y color.

En la intersección de esta Rua con la Rua do Ouro, se puede ver el arco del triunfo de la plaza del comercio en un extremo, en el otro el Rossio y al fondo de una callejuela el elevador de Santa Justa.

La Rua Augusta desemboca en la espaciosa y monumental plaza del Rossio, que conserva su nombre medieval. Es el centro natural de Lisboa y fue trazada en el siglo XIII, aunque modificada.. Aquí se celebraban los autos de Fe y las víctimas de la Inquisición eran quemados aquí.

En el centro, dos fuentes barrocas y un monumento dedicado a Don Pedro IV y a un lado, en el antiguo emplazamiento del palacio de la Inquisición, se levanta una de las fachadas del ¨Teatro Nacional. Está llena de cafés y tiendas. Entramos en uno de los más famosos por su pastelería, Suiça, y como no, salimos con unos pasteles absolutamente deliciosos.

Atravesamos la plaza y, de nuevo subida, hacia el Chiao por el que dimos un breve paseo, bajando hasta tener en frente el elevador de Santa Justa obra de un ingeniero influenciado por Eiffel y que comunicaba los escasos metros que separan la Baixa del Chiado.

Tarde ya, decidimos regresar de nuevo por la Rua Augusta (por lo menos era llana). Eran las 7,30 de la tarde de un día festivo pero la vida y color que inundaba esta arteria una hora antes había desaparecido. Tras deambular buscando la parada del autobús y mandarnos de un lugar a otro de la plaza del comercio, la encontramos y esta vez sólo tuvimos que esperar sólo media hora hasta que llegó.

Nos dimos una larga y relajante ducha, cenamos y nos desmayamos hasta las 9,00 hora Española (8,00 hora Portuguesa).

A las 9,30, hora portuguesa, estábamos en la parada del Bus. Esta vez teníamos que tomar el 43 hacia el Barrio de Belem, por lo que durante nuestra espera de 40 minutos vimos llegar a dos 14 y otros dos 50. Llueve. El barrio de Belem asomado al Tajo y salpicado de casas con jardín y espacios abiertos está ligado a la edad de oro de Portugal.

Y por fin llegamos al Monasterio de los Jerónimos. Es una obra maestra de la arquitectura manuelina, construida en el siglo XVI, siendo la ruta de las especias una fuente de inestimable riqueza que propició su creación. Simboliza la gloria y el poder del Portugal de los descubrimientos. Al parecer inicialmente fue construido en gótico pero posteriormente fue decorado con la rica ornamentación manuelina que lo hace famoso. Los restos de Vasco de Gama y Luis de Camoes reposan aquí. Su exterior sólo deja intuir lo que se encuentra en su interior. Amplia, elegante y majestuosa impresiona a quienes como nosotros, no conociamos este tipo de arquitectura. Después de hacer la correspondiente cola, pasamos al claustro. De largas y esbeltas arcadas de estilos barroco tardío y renacentista, este claustro es una joya arquitectónica de una belleza poco usual. La contemplación de todo el conjunto del Monasterio es una delicia para la vista del visitante.

Bajo una lluvia fina nos dirigimos hacia el museo de carruajes, el mejor del mundo en esta especialidad. En el interior de dos grandes salas policromadas (una más pequeña que otra) que parecían las de un palacio, se alinean un conjunto de imponentes y majestuosas carrozas, berlinas y calesas en muy buen estado de conservación. Pese a que no me gustan los museos, éste me resultó sorprendentemente interesante.

La fina lluvia continuaba y con la resignación del turista, nos dirigimos hacia la Torre de Belem, pasando antes por el Monumento de los descubrimientos cuya “estética” no deja de producirme cierto “repelús”. Pudimos ver autocaravanas aparcadas, pero era una zona bastante solitaria por el día, cuanto más por la noche.

Al fondo de nuestro paseo aparecía la blanca y elegante silueta de la conocida y popular Torre de Belem, de estructura románico-gótica, ejemplo de arquitectura militar construida en el siglo XVI en medio del Tajo como faro y para defender su desembocadura. Actualmente se encuentra próxima a la playa ya que el terremoto alteró el curso del río. Ascendimos hasta la parte superior con bastante dificultad ya que las escaleras eran muy estrechas y el flujo de gente subiendo o bajando era continuo. En pocas palabras y como medio Madrid estaba en Lisboa, avisando “¡que vamos!” y estableciendo un cierto “contacto corporal” (espachurramiento) cuando nos cruzábamos.

De todo lo seleccionado para ver, prácticamente sólo restaba el Oceanario, y hasta allí nos encaminamos. Tomamos un autobús que nos llevó al metro y allí rumbo a la estación de Oriente. Impresionante zona creada para la Expo 92, convertida ahora en area de negocios y gran zona comercial a la que se accede directamente desde el metro.

Eran las 14,00, hora de la comida para los portugueses por lo que estaba todo cuajado de gentes en un ir y venir continuo. Elegimos un restaurante que nos hizo gracia, ya que la comida era “al peso”: por cada 100 gr, 1,70€ en una especie de “buffet libre” donde podías seleccionar de todo que ibas poniendo sobre el plato que al final era convenientemente pesado. Barato, bueno y original.

Muerto quien nos mataba buscamos el oceanario cuya entrada no nos resultó cara. Taspasado el umbral tuvimos la primera gran sorpresa: un gigantesco ventanal de unos 6 m de alto por 10 de largo, cóncavo apareció ante nuestros ojos como un gigantesco acuario en el que nadaban desde vulgares bancos de sardinas o doradas, hasta rayas y tiburones blancos. Hasta que el de Valencia le releve, es el más grande de Europa. Está constituido por un gran tanque central de 6.000 m3, es decir, como cuatro piscinas olímpicas que representa el “oceano abierto”. Alrededor de este tanque central y formando parte de él, aunque convenientemente separados, hay cuatro acuarios más pequeños, Antártico, Oceano Indico, Pacífico Norte y Azores, y frente a éstos, acuarios más pequeños conteniendo diversa flora y fauna específica, mapas interactivos e información diversa.

Se comienza “por la superficie”, es decir, en la zona del Antártico, se pueden contemplar los pingüinos y en la del Pacífico Norte, las graciosas nutrias americanas que no paraban de sumergirse a buscar sardinas, salían a la superficie boca arriba con una sardina en las manos que devoraban con avidez y otra en un pliegue de la piel que la sostenía a modo de bolsa. Cuando acababan con ellas, se sumergían en un trasiego continuo que captaba toda la atención de los visitantes y dibujaba sonrisas en todos los rostros, sobre todo en el de los niños. En la “superficie” del índico había frailecillos que se sumergían y nadaban con gran rapidez.

Impresionados por esta primera “toma de contacto” bajamos al piso inferior. La primera impresión se transformó en emoción cuando enormes “ventanales” del tamaño del primero, se abrían cada poco espacio dejando ver el gigantesco acuario que representaba el oceano libre. Sentarse a “ras del fondo” y contemplar los plácidos y elegantes movimientos de los peces escuchando sonidos “marinos” te transportaba facilmente a ese mundo del silencio. De vez en cuando, al acercarse algún curioso pez, alargábamos la mano como si pudiesemos tocarlo. Ellos parecían conscientes de nuestra presencia y ¿quién observaba a quien?...Alrededor de estas gigantescas peceras, expositores con
información diversa y otros acuarios más pequeños.


A destacar los graciosos peces-sapo, que nos miraban con sus ojos saltones y caras igual que sapetes con sus aletas “apoyadas” en plantas marinas que nos contemplaban impertérritos... y los maravillosos dragones de mar: caballitos de mar con prolongaciones arboreas por todo su cuerpo que nos miraban suspendidos en un acuario cilíndrico que nos permitía observarlos en toda su elegancia, belleza y majestuosidad, o unos pececillos que brillaban en la oscuridad del acuario o medusas flotando ingrávidas sobre grupos de anémonas de distintos colores...Pudimos observar también los movimientos alegres y ágiles bajo la superficie de las nutrias americanas y de los frailecillos. Dedicamos casi 3 horas a este impresionante acuario que consiguió hacernos sentir la belleza del fondo del oceano en nuestro interior.

Hacia las 6 y tras valorar si nos dábamos un paseo por el centro de Lisboa o volviamos al camping, optamos por esto último. Tras casi 50 minutos de recorrido en autobus y una genial ducha nos desplomamos hasta el día siguiente.


Dejamos el tranquilo y limpio camping de Montsanto, totalmente recomendable, a las 9,30 para dirigirnos a Queluz a donde llegamos en 15 minutos. Levantado en el XVIII como residencia de verano de la monarquía portuguesa, es conocido como el “pequeño Versalles”, aunque parece que haya perdido por el camino la fastuosidad francesa versallesca, aunque merece la pena una visita. Nos gustó especialmente la sala del trono y la de Don Quijote, antigua habitación cuyas paredes y techo circular reproducen escenas del libro. Pero el exterior es quizás lo más destacable. Cuidados y “coquetos” jardines llenos de esculturas, bancos recubiertos de azulejos y fuentes invitan a un relajante paseo.


Y llegamos a Sintra y subimos (a pie sería “escalamos”) al Palacio Da Pena, para envidia de los que tienen autocaravanas grandes, hasta la misma entrada, cosa que no recomendamos hacer con autos grandes por la estrechez de la carretera y las curvas cerradas (hay un autobus que sube desde Sintra al castillo) aparcando entre turismos. Buen “estacazo” para entrar 17 € la entrada más 5€ por subir en un autobus cuyo trayecto dura un “telediario” pero que te evita una empinada subida y que para bajar no apareció.

Este palacio, del siglo XIX y construido según el gusto romántico de la época, se encuentra en el corazón del Parque da Pena, impresionante bosque frondoso donde los helechos crecían en los troncos de las hayas y marco maravilloso para este, más que curioso, palacio. Está inspirado en los adornos árabes, góticos, manuelinos así como en los castillos de Baviera, conjugándolos en su arquitectura de forma armoniosa y dotándolo de una belleza muy especial. Casi todo el interior se organiza en torno a un patio interior. Conserva mobiliario de la época muy interesante y curioso de ver. Desluce un poco por falta de “una mano de pintura” en el exterior y por el número de visitantes que hizo que lo tuviéramos que ver “en cola”.

Bajamos a comer, lo que hicimos en San Pedro de Sintra, en una plazoleta grande, asfaltada y con mucha sombra. Cuando estábamos acabando vimos entrar 9 autocaravanas italianas que se instalaron una tras otra, suponemos que para pasar la noche.

Pero nuestro destino del día terminaba en la playa pasando por Estoril y Cascais y allí nos dirigimos no sin antes dar un paseo por Sintra y admirar los exteriores del palacio real con sus dos chimeneas que se han convertido en el símbolo de la ciudad. Lamentablemente, y por falta de información, no lo visitamos, lo que sentimos ya que habría merecido la pena..
En Estoril, dejamos la auto junto al casino y paseamos por su paseo marítimo semi-vacio por el viento que hacía. Pasamos por Cascais y nos dirigimos a Guincho, zona de playas y dunas, donde había un camping que nos resultó caro y malo (lástima no haber vuelto con los italianos a Sintra), no tenía acceso directo a la playa y el viento constante y frío del día deshicieron nuestros planes de disfrutar de una tarde tranquila de playa, conectándonos a la luz por si el frío en la noche nos obligaba a poner el aparato de aire caliente que llevábamos para estos casos. Afortunadamente no fue necesario.

A la mañana siguiente, después de visitar la camper de nuestros vecinos franceses cuyo interior era distinto al nuestro y asombrarnos mutuamente con nuestros “inventos”, emprendimos camino de regreso. Armándome de valor, atravesamos Lisboa de oeste a este, junto a la rivera del río Tajo , dejando atrás en un breve vistazo el puente del 25 de abril, la torre de Belem, los Jerónimos, la plaza del Comercio, Alfama...hasta el puente Vasco de Gamma, y sólo me perdí una vez. Atravesamos sus casi 18 km dejando esta inolvidable y encantadora ciudad que cada vez se hacía más pequeña a nuestros ojos, responsable de recuerdos imborrables, y lo que es más importante, compartidos con nuestros hijos.

Del viaje de regreso, destacar una parada en “El Gordo” donde numerosos nidos de cigüeñas cuajaban el tejado de la iglesia y algún que otro edificio de alrededor. Nunca habíamos visto tantos nidos juntos!. Y el viaje llegó a su fin.